continuación del debate Escalante /Sicilia

Ante esta crítica, Sicilia respondió de la siguente manera, el sábado siguiente:Respuesta a un pequeño burguésQuerido Evodio:Cuando apareció tu artículo “Sicilia: la apropiación como recurso poético”, me había prohibido responderte. Las razones son simples: un autor nunca debe responder a un crítico, sobre todo si su argumentación es tan banal que no aporta nada ni a la obra del autor ni a la literatura. Sin embargo, rompiendo mi promesa, lo hago. Las razones son también simples. Primero, no me gusta ningunear, esa otra plaga mexicana que acompaña a la mezquindad y que ha hecho más daño a la cultura que toda la barbarie de los tecnócratas; segundo, tu artículo, en un mundo donde la mezquindad es la temperatura, daña a la poesía, a un premio que, desde que el año pasado se declaró absurdamente desierto, entró en crisis y a un jurado de espléndidos poetas que tu texto, al acusarme de plagio, califica de imbéciles. Así es que te respondo por higiene.Me acusas de plagio, una acusación grave que compromete no sólo una sanción judicial, sino algo más interesante: la discusión sobre el concepto de autor que tu artículo, empecinado en denunciar, apenas si toca. Pero aceptemos ese concepto histórico que nació con la burguesía y la idea de individuo, y que hoy es un triste hábito de los pequeños burgueses que lavan sus conciencias delante de los noticieros y las telenovelas buscando la maldad del otro. ¿Soy realmente un plagiario? Un verdadero plagio sería, por ejemplo, que yo hubiera tomado los poemas de un oscuro u olvidado poeta y con él hubiera ganado un premio. Con ese acto estaría usurpando algo que a ese poeta, que nadie conoce, le pertenecía. Yo, en cambio, tomé poetas conocidísimos, algunos de ellos premios Nobel, tan conocidos, que tú mismo, Evodio, lo notaste. No se necesita ser un hombre de cultura superior —sino un buen lector de poesía, son los únicos que existen en esta rama de la literatura— para saber que cuando escribo “No sólo el río es un dios, sino la carne […]” o cuando digo “Agosto no es abril, es el verano […]” o bien “Hueco, hueco, hueco” (“Dark, dark, dark”, escribe el poeta norteamericano) o cuando me refiero a lo Abierto, o cuando escribo la paráfrasis de “Fuga de la muerte”, estoy haciendo una referencia clara a Eliot, a Rilke y a Celan. Evidenciarlo con cursivas y notas a pie de página habría sido no sólo redundante, sino suponer, como tú lo haces, que el lector es imbécil y que por lo tanto hay que darle de manera digerida lo que a la Tradición, con mayúscula, le pertenece. Así es que creyendo que sólo tú —un hombre de cultura superior— y el plagiario —un hombre semejante a ti, pero con fines aviesos— conocen lo que nadie conoce, sales a gritarle al mundo que descubriste el hilo negro, que Sicilia se chamaqueó a un jurado de ignorantes (Francisco Hernández, María Baranda y Luis Vicente de Aguinaga) e hizo pasar los poemas de grandes poetas como suyos. Si antes de escribir el artículo te hubieras tomado la molestia de leer el acta del premio, si, como el investigador que te precias ser, hubieras leído el artículo que Luis Vicente de Aguinaga escribió para Crítica (núm. 132, mayo-junio 2009) “Pronto llegará la noche. Tríptico del desierto” (y que puedes consultar en su blog), te habrías dado cuenta de que todos sabían que el hilo es negro, que lo que tú gritas como un descubrimiento genial para exhibir al delincuente, lo habían visto ellos con toda claridad. Sólo que a ellos les interesaba —atendiendo a una noción de autor que no sólo es anterior a las construcciones del liberalismo burgués sino que Eliot y Pound pusieron en crisis— lo que con ese hilo se tejió. Ellos vieron lo que tú viste y más: vieron el diálogo que ahí se teje con la Tradición —en mayúscula—, con la filosofía de Simone Weil, que retoma su sentido de la descreación —y nadie la ha acusado de plagio— del concepto de tsintsum de la tradición hispano hebrea, postulada por el cabalista Isaac Luria y con la tradición del budismo zen; vieron mi diálogo con los teólogos y fenomenólogos de la encarnación, como Iván Illich y Michel Henri; vieron mis relecturas de san Juan de la Cruz —ese güey que se chingó el Cantar de los cantares y para quien no hubo un Evodio que lo desenmascarara a tiempo— y la tradición mística epitalámica, mis referencias a la Biblia, en particular a los profetas y al libro de la Sabiduría; mis diálogos con el más reciente Bob Dylan —otro güey al que hay que cobrarle la factura por su deuda con el blues negro—; vieron cómo eso se tejió para explorar el misterio de Dios en un mundo que en su interpretación técnica lo ha velado. Pero eso a ti, que descubriste el hilo negro, te pasó desapercibido. Me extraña que el hombre formado en el marxismo, que se precia de haber leído a Deleuze y Guatari, en lugar de ponerse a explorar la construcción histórica del concepto de autor a través, no de mí, sino de la Tradición, se dedique a escandalizarse como una señora que repentinamente vio a su amiga que dejó de usar una crema que no estaba en su catálogo de belleza.Desde que escribí Permanencia en los puertos y a lo largo de toda mi obra ese recurso ha estado presente. Los críticos que se han interesado en ella, han hablado de palimpsesto, de una reescritura sobre otras grafías. Yo mismo, a lo largo del tiempo, he declarado públicamente que pertenezco a una tradición muy antigua y a la vez muy moderna para la que la noción de autor no existe y a través de la cual el poeta, “la voz de la tribu”, decía Mallarmé, dialoga con la Tradición y la reactualiza para otros. Recuerda, sigamos con el descubrimiento del hilo negro, que Homero, al fijar la Iliada, hizo pasar las voces de muchos poetas en ella —eso sí, no conocidos—, que Virgilio dialogaba con él y lo retomaba al escribir la Eneida, que Dante hizo lo mismo no sólo con uno y otro sino con toda la tradición cristiana de Occidente cuando escribió la Comedia, que los poetas del Siglo de Oroestaban imitando a los clásicos, que san Juan de la Cruz tomó frases enteras del Cantar de los cantares y Santa Teresa de las canciones populares de su momento, que Rubén Darío fundó el Modernismo imitando en español los versos de Verlaine, que, después del burguesísimo sentido de autor, Eliot retomó de alguna manera esa tradición y tomó de todos lados para hacer sus dos grandes obras, Tierra baldía y los Cuatro cuartetos —las escasas notas que agregó a Tierra baldía fueron a instancias de su editor; él mismo escribe en Cuatro cuartetos, “In my beginning is my end”, que yo parafraseo en el canto II del “Tercer panel” de Tríptico del desierto así: “En el silencio está el principio” y que Eliot, que nunca lo entrecomilla, tomó de María Estuardo; lo mismo hace en ese mismo libro con una larga estrofa tomada de san Juan de la Cruz—; que Pound, para componer sus Cantos y dialogar e iluminar la Cultura, tomó versos, frases, dichos, que en ningún momento están anotados a pie de página. Podría seguir, la Tradición es larga, una Tradición para la que el poema, voz de la tribu, es, digámoslo en términos de Luis Vicente de Aguinaga, un dispositivo de actualización de los diferentes pasados literarios. Sin embargo, siguiendo tu criterio pequeño burgués, no sólo habría que tirar a la basura los Cantos de Pound, una buena parte de la mejor obra de Eliot, de Séferis, de Cavafis, de José Emilio Pacheco, etc., sino que yo, desde mi primer libro, debería estar en la cárcel. Pero tú sabes bien que ése no es el problema, el problema —que después de tantos años de conocerme y de conocer mi obra poética formulas hasta hoy— es que el libro que desató tu “erudita” ira ganó un premio y eso, en el país de la mezquindad, de la carrilla, del resentimiento, de la igualación, de la imbecilidad, no se perdona. Es lamentable, no sólo por ti, sino porque a partir de tus pequeñeces un lumpen que nada sabe de mí, que en su vida ha leído una línea mía, no ha dejado de insultarme: una tal Roberta Garza, en el propio Milenio del 19 de mayo, me califica de “deshonesto y corrupto”; otro, en el Círculo de Poetas, me trata de “Rata de sacristía”; enumerar la lista sería cansado. Tu tarea, querido Evodio, lamento tener que ser yo quien te lo recuerde, es iluminar la cultura. Si quieres desacreditar mi obra, intenta hacerlo, pero, para que la tradición poética gane, intenta hacerlo bien: tómala en conjunto, confróntala con esa Cultura, mide su ritmo, trata de ver si lo que digo a través de esa misma Cultura y de mi diálogo con otros poetas que retomo, ilumina nuestra época, historiza el concepto de autor, pero, por Dios, no incurras en la banalidad de acusarme de plagio y de desacreditar a un jurado respetabilísimo calificándolo de ignorante e imbécil. Los pequeños escándalos de la pequeña burguesía son el alimento del lumpen. Hace tiempo, enfrentado con un crítico semejante a ti le decía que habría que tomar en su sentido literal las palabras de Jesús de no tirar margaritas a los cerdos. Entonces creía que ellos estaban en los partidos políticos, en las mafias, en los resentidos y en las periferias de la Cultura. Después de leerte, ya no creo lo mismo: los cerdos han colonizado ese territorio y se hacen pasar por descubridores del hilo negro y maestros de literatura. Cuando esto sucede, quizá sea tiempo de callar. Alguna vez Hölderlin se preguntaba en un poema —te lo cito entrecomillado para no herir tu susceptibilidad—: “¿Para qué sirven los poetas en tiempos de miseria?” Después de leerte habría que concluir que ya no sirven para nada, que la poesía deberá callar para dejar paso a los egos, a las autopoiesis y a la banalidad de una época que perdió el sentido y sólo tiene sitio para quienes pretenden ser más plenos que los otros rebajándolos y acusándolos de lo que nunca han sido. En un mundo técnico, donde la disolución de todas las formas tradicionales del sujeto —las del cuerpo social, las de las costumbres, las de la familia, las de la ciudad, las de la Tradición y la memoria— dejan al individuo desamparado y desnudo, sólo hay sitio para ese género de seres a quienes Sartre llamó, quizá haciéndose eco del Evangelio, “los cerdos” y que, para desgracia de la poesía en México y de la Tradición, has aprendido a representar bien.-----------------------------------La contrarréplica de Evodio apreció el sábado pasado. Es esta:Respuesta al kamikaze de SiciliaEstimado Javier:Me sorprende que seas tan pésimo lector de tus emociones. Te tropiezas con mi texto, te desmadejas en el acto y confundes la gimnasia con la magnesia. Se supone que un escritor es, en primer lugar y sobre todo, un buen lector, pero veo que no es el caso. Con aplomo inmarcesible afirmas que en el artículo que me publicó Laberinto (16/05/09) te acuso “de plagio” (tal cual) y que además intento desacreditar al Jurado del premio “calificándolo de ignorante y de imbécil”. Nada más faltó que me acusaras de formar parte de un complot para acabar con el Premio de Poesía de Aguascalientes. Con todo respeto te invito a que te serenes y a que vuelvas a leer mi texto frase por frase. Fui muy cuidadoso al referirme a los poetas que te premiaron. Lo que yo escribí, y lo reitero con todas sus letras, es que me extrañaba “que un tribunal poético formado por escritores todos ellos muy respetables haya decidido premiar un libro como éste [Tríptico del desierto] en el que las citas textuales borradas en su calidad de citas son tan importantes o más que las supuestas aportaciones originales del autor.” No te rasgues las vestiduras. Quien califica sin más de imbéciles a los miembros del jurado, que para mayor agravio son tus amigos, eres tú mismo, y no yo. También fui muy cuidadoso en mi argumento central: hablé en términos que quisieron ser técnicos de la apropiación como un recurso poético. Abundé en torno a los “préstamos” y hasta informé acerca de un saqueo de materiales ajenos (Eliot, Rilke, la Biblia, Celan), pero jamás cometí la torpeza de emplear la palabra que tanto te satisface: plagio. Señalé, eso sí, que adobas, desfiguras y corrompes un extraordinario poema de Celan, “Fuga de muerte”, que transcribes casi en su integridad sin indicar la fuente o al menos colocar preventivas cursivas. Sólo al final de mi texto, y a la manera de una conjetura dirigida al lector, pregunté: “¿Quiere esto decir que una vez que se inventó la intertextualidad ha dejado de haber plagios?” Al sonoro exabrupto con el que intentas acallar mi crítica habría que solicitarle que por favor regrese a sus más elementales lecciones de gramática y repase la diferencia entre una pregunta y una afirmación.Me reprochas que siendo yo un “investigador” no me haya “tomado la molestia de leer el acta del premio”. ¿Cómo pude conocer este contenido? Con pena te informo que no tengo amigos en el CISEN ni contactos con la burocracia cultural. De cualquier modo, si estimas que el conocimiento de dicho texto en algo valida tu libro de poemas, creo que todavía estás a tiempo para solicitarle a la editorial Era que anexe a los ejemplares una hoja volante con la facsimilar de tan importante documento y hasta para pedirle al CONACULTA que lo inserte en periódicos. Acto seguido, en una interpretación muy libre, me explicas in extenso los pensamientos del jurado calificador y las razones por las cuales te seleccionaron. Asombrado ante tal despliegue de prosopopeya, me pregunto si no te estarás excediendo al transcribir y explicarme los pensamientos de sus integrantes. ¿Qué te da derecho a hablar en nombre del Jurado? ¿O será que, repentinamente mancos y mudos, ellos mismos te solicitaron esta labor de facilitación? Por lo demás, al escudarte en lo que ellos supuestamente habrían reflexionado en torno de tu libro, no sólo te convalidas sino que te permites asociaciones que a mí me suenan un tanto exageradas, y que dudo mucho que compartan del todo quienes te premiaron. ¿De verdad crees que puedes equipararte con Dante y con San Juan de la Cruz? ¿Piensas en serio que tus versos deshilvanados resisten la comparación con los de T.S. Eliot?A propósito, argumentas que el verso de Eliot que asienta En mi principio está mi fin, y que tú parafraseas con poco sentido de la eufonía y una sintaxis nebulosa diciendo En el silencio está el principio/ y en la palabra el fin y viceversa:/ así el silencio se mueve en lo oscuro… (¿?), es en realidad una frase de María Estuardo que el autor no se cuida de poner entre comillas. ¡Aleluya! Esto autoriza supuestamente tu práctica favorita. Te agregaré que en este verso de Eliot no sólo resuenan las palabras de la mencionada reina, como mucha gente ha señalado, sino que puede escucharse en él el eco notorio de un pensador acaso todavía más decisivo en su formación, pero no voy a abundar para no distraerte. Lo que omites u olvidas es que Eliot no se limita a retomar estas palabras, calcándolas y deglutiéndolas de manera mecánica, sino que, como auténtico poeta que es, convierte la expresión en un motivo de inteligentes variaciones, inversiones y hasta ampliaciones de franco carácter metafísico con lo que no sólo se apropia la frase en cuestión sino que va más allá de ella, interiorizándola, enriqueciéndola y convirtiéndola en la piedra de toque de su propio y peculiar temperamento literario. Se trata de una transmutación y de una síntesis. En tu caso, lamento informarlo, se notan demasiado los tijeretazos y el engrudo, cosa que jamás podría decirse de Eliot.Arguyes orondo que desde hace mucho tiempo has declarado en público que perteneces a “una tradición muy antigua y a la vez muy moderna para la que la noción de autor no existe y a través de la cual el poeta, la voz de la tribu, decía Mallarmé, dialoga con la Tradición y la reactualiza para otros”. ¡Excelente! Ahora entiendo con claridad que eres autor de los libros que firmas, pero no de aquellos que tú mismo escribes. No deja de parecerme extraño, empero, que alguien que notoriamente declama que la noción de autor es inexistente, se presente como autor a un concurso literario, y que gane un premio con un libro que en estricto sentido… no lo ha escrito él mismo sino la Tradición.Tienes razón cuando afirmas que sería hora de iniciar un intercambio intelectual acerca de la discutida noción de autor. Por supuesto que mucho me gustaría contribuir a un debate de esta naturaleza, y estimo, sin anticipar vanagloria, que este debate está ya implícito en mis señalamientos. Si tú gustas, explicitemos este asunto. Pongámoslo sobre la mesa (Heidegger, Barthes y Foucault, entre una pléyade, se han ocupado del asunto). Sólo que antes tendrías que poner los pies en la tierra, tranquilizarte y abstenerte de lanzar insultos que a la postre sólo indican los parámetros de tu propia mentalidad. ¿No eres tú el pequeñoburgués cuando, sin mediar argumento, incriminas de lumpen a quien no está de acuerdo contigo? ¿Y qué decir del adjetivo cerdo que me adjudicas a placer en tu texto, dizque amparándote en una frase de Jesús, tan sólo porque mi trabajo crítico osa interrogar la validez de tus técnicas apropiatorias? Parafraseo a nuestro admirado José Emilio Pacheco: ¿Qué te hicieron los chanchos para que te ensañes con ellos? (“Preguntas sobre los cerdos e imprecaciones de los mismos”, en No me preguntes cómo pasa el tiempo.)Pero terminemos con la diatriba. Sé muy bien, estimado Javier, que con tu santa furia evangélica podrás arrojar a los ladrones del templo; pero ¿y a los críticos? ¿Cómo vas a expulsarlos? Mucho me temo que con ellos no te será fácil el asunto, y que todo lo contrario, tú mismo te estás expulsando del templo de la poesía con tu prevaricación.------------------------------------Desde que se desató la polémica, ha habido infinidad de respuestas y comentarios que no agrego para no fatigarlos con la lectura.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un sueño 1