De otro jóven Poeta ....Rafael Tiburcio García
Si la muerte es sueño
despertaremos de ella
[Ricardo Reis]
—Escombros—
Igual que los escombros se apilan
para nivelar los cimientos
de los nuevos edificios,
alzamos nuestra vida
sobre el suelo firme
de nuestros muertos
y fracasos.
—Un fragmento de su alma—
Pasé una semana soñando que cargaba
la cabeza de mi hermana en un fardo.
Soñé que alguien la asesinó y fue enterrada pronto,
un día en el que yo me hallaba lejos
y que ya no la pude ver.
Al llegar la vigilia
pasé una semana sin verla y, de algún modo,
fue como si estando despierto yo conservara
la impresión de que estaba muerta.
El sueño, más que repetirse
volvía al mismo núcleo simbólico: la helada
cabeza de mi hermana en la mochila
apareció a diario, como si yo viviera
otra vida dentro del sueño.
Un par de días después de su “muerte”
apareció la cabeza y recuerdo
haberla escondido de la vista de mi madre
para no perturbarla,
mientras yo me lamentaba en silencio.
¡Cuántas veces soñamos con estas desventuras
y en vez de despertar las dejamos ocurrir
hasta que amanece o el propio cuerpo
dice basta! Entonces despertamos
y sólo fue un mal sueño, que se olvida,
mas sus efectos permanecen
y parecen reales.
No sé si ahora que he logrado
separar al mundo de la realidad soñada,
las visiones persistirán
o se irán apagando poco a poco.
Lo que sí sé es que aún despierto
se ha incubado en mí una sensación:
que mi hermana (a quien por fin hoy vi
concentrada frente a su máquina de coser)
ha extraviado un fragmento de su alma
y quizá yo lo sigo cargando en la mochila
con la esperanza de encontrarnos
en algún sitio del sueño para devolvérsela.
—Nemesio—
Disculpa, Honoria, que te sueñe
noche tras noche desde que te fuiste;
al principio pensé
que era yo, que sólo era yo
y que al soñarte no dejaba
que tu alma descansara;
pero luego me di cuenta que siempre
caminaba a la zaga,
y que tú te hallabas siempre adelante,
y yo sólo podía ver tu espalda
jamás tu rostro.
Entonces la culpa se fue, lo supe:
simplemente éramos yo y mi deseo,
yo hablando, no contigo
sino con la nada, igual que ahora.
Honoria, tú lo sabes: en mi vida
me atacaron con cuchillos y me dispararon,
incluso me arrojaron piedras;
estos ojos míos vieron la sangre
secarse entre los matorrales; vieron
piernas, manos migrando de sus cuerpos,
vieron cuellos y cráneos florecidos;
pero sólo cuando tú te fuiste, sólo entonces,
Honoria, sólo entonces conocieron el miedo.
Disculpa, Honoria, que te hable
cuando te hallas lejos y no me escuchas;
disculpa que ahora custodie
tus fotografías con veladoras
y que llore si nuestra estirpe canta
el día de mi santo;
es sólo que fueron setenta años, Honoria,
y uno apenas sin ti
es igual que si no pasara el tiempo,
es caminar de espaldas,
es convertirme de nuevo en un niño,
uno lleno de miedo,
porque sé que tu rostro
no volverá a aparecer dentro de mis sueños.
Rafael Tiburcio García
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