México,  país de  interminables exequias.

¿Existe en México, en el pueblo mexicano la capacidad del dolor y angustia?¿Quiénes la sienten? sólo los que han sido víctimas de un agravio o la violación a sus derechos fundamentales. ¿Qué es lo que nos ha hecho perder nuestra capacidad de indignación? Esto de ser víctimas, no es nada nuevo lo hemos padecido como pueblo desde tiempos ancestrales, pero el punto no es cuantas veces lo hemos visto, padecido y dejado pasar, sino el hecho de que nos hemos convertido una especie de pueblo domesticado, al que le han mutilado lentamente la memoria, al que le han sucedido cosas que deberían cimbrarlo. Dónde quedó nuestro dolor por Tlatelolco, Acteal, Atenco, Aguas Blancas, San Fernando, Allende Coahuila, los feminicidios en Júarez y Estado de México, Tlatlaya…. Sólo algunos se dan cuenta del terror en el que vivimos, otros, los más hábiles lo notan y lo analizan, pero y ¿los que actúan? Son contados, de los millones de mexicanos que habitamos el país, pocos arriesgan, porque es difícil alzar la voz en éste país de interminables exequias. Es como cuando al rebaño en un corral se le deja la puerta abierta y no se sale por el hábito de permanecer en el encierro, como si existiera el miedo por lo que hay afuera, como un oculto terror al monstruo de la realidad y aunque dentro del corral apeste a mierda.
Este 26 de septiembre no se abrió una puerta, sino una cloaca, una de las muchas que abundan en el subterráneo putrefacto que hay debajo de la estructura social de nuestro país, en el que caminamos y sentimos el hedor que se desprende de la muerte de nuestras mujeres, niños, secuestrados a lo largo y ancho del territorio nacional, y únicamente a nuestro paso nos cubrimos las fosas nasales y volteamos la vista hacia otro lado, como si con ello fuera a desaparecer la inmundicia.
Se puede leer en las pancartas, en los comentarios de las redes sociales, en los artículos, que NO habrá justicia posible para los crímenes de Estado, no habrá justicia para las 43 familias que se han quedado sin hijos, no habrá quien cubra el espacio en las butacas de la escuela a la que ya no asistirán los estudiantes, ni siquiera, la renuncia del presidente y toda su camarilla de corruptos, podrán pagar la ausencia de uno sólo de los 43 que nos faltan. “La gran paradoja del Estado de Guerrero es que ser maestro también es un oficio de alto riesgo.” dice Juan Villoro, pero no sólo en el estado de Guerrero, sino en todo el territorio nacional. Y no sólo ser maestro, sino obrero, campesino, estudiante, mujer, ama de casa.
 Y nuestra mirada y oídos se dirigen a este repugnante acto, pero qué pasa con los demás que nos faltan, los que aparecen en narcofosas, los que son golpeados y torturados y muertos por levantar la voz, qué pasará con las mujeres que ya no volverán a sus hogares, con los niños que desaparecen, con los padecen y luchan día a día contra la miseria y el hambre. Qué pasará con nuestro sistema educativo que en vez de fortalecerlo, el gobierno se ha dado a la tarea de destruirlo deliberadamente, qué con el mercado nacional vendido por Salinas, qué con las arcas públicas saqueadas por sexenios, que con los ríos y suelos envenenados de ésta patria que desfallece, qué con los jóvenes que ahora son el blanco para desaparecerlos y culparlos.
Han pasado muchos días desde los 43 desaparecidos, así como también han pasado sexenios, años de violencia ante nuestros ojos, tanto, que nuestros hijos y jóvenes se ha criado con la idea de que la violencia y la falta de respeto a nuestros derechos es natural, y como resultado tenemos una sociedad en la que el Bullying, la violaciones, las matanzas, la violencia intrafamiliar son el pan de cada día.
 La realidad supera a la ficción, eso es cierto, nadie imaginaba la magnitud de la crueldad de los crímenes de Estado. Quemar estudiantes… Qué adjetivo se le puede adjudicar a eso, lo que sí es posible nombrar es el cinismo de las autoridades, su ineficiencia, su estupidez, su  nula capacidad de argumentación. Porque no existe argumento posible que justifique una masacre.
Pero hemos olvidado que dentro del tablero del ajedrez político, somos nosotros, el pueblo quienes debemos mover las piezas. Recordemos que el país es nuestro, la tierra también, no de ellos, de ese grupúsculo de políticos corruptos que se han ido apoderando de los jirones que quedan de lo que algún día hombres como Morelos llamaron Nación.
La pregunta es ¿cómo unir a un pueblo que se ha fracturado de fondo?¿Cómo construir una conciencia colectiva? Es una tarea titánica, es cierto, pero México, no es sólo la estructura política, México somos todos, recordemos que la debilidad de los poderosos está en el dinero, en los recursos naturales, en la producción y todo eso, lo generamos la mayoría, el pueblo, entonces arrebatémosle a esa jauría de corruptos, lo que nosotros mismos les hemos cedido, arranquémosles el poder y el control, porque nada, debería ser más poderoso que la indignación de millones de mexicanos.  
Los que estamos aquí, tenemos la tarea de rescatar lo que aún pervive de libertad y de derechos. De levantarlos, como a nuestros desaparecidos y nuestros muertos, de no olvidar sus nombres, de borrar de México la imagen de calavera teñida de bermejo. Rescatemos cada uno desde su trinchera lo que la memoria exilia, para que sea a decir de Ramón López  Velarde, una íntima tristeza reaccionaria, y escribamos, que sea la palabra una forma de permanecer en la realidad y para que otros despierten.

Antonia Cuevas Naranjo
martes 11 de Noviembre
11:32 pm.


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