Sábado 4 de octubre. Auditorio Tláloc. Feria internacional del libro del Museo Nacional de Antropología e Historia

Conversaciones sobre Éxodo hacia niguna parte de Omar Rodán.
Juan Galván Paulín

Para Aída siempre.
…espejo, estanque, en ambos se sumerge el poeta indagando de sí mismo el tiempo que habrá de transcurrir entre un verso y otro y así edificar –estática imagen progresiva- el territorio de sus expediciones… La expedición del poeta es siempre hacia esa ninguna parte que somos todos; narciso en pos de (de sí) de su sombra, cronista de sus huellas, hacedor de minotauros para iluminar laberintos ¿y qué otros si no aquellos que son urdimbre de los días, la tramoya de nuestros anhelos, la certidumbre fugaz del presente en la tentación de eternidad o de eco; una resonancia verbal que nos invista piel y mirada y el tacto de los cuerpos?... así, desde sus primeros poemas, desde aquel azoro al descubrirse poeta, es decir, signado por la palabra para que desde ésta se dé constancia de lo real en su metáfora –un atributo que condena, un gozo germinativo, paradoja creativa y testimonio del desgaste y de la redención de todo acabamiento- a este momento de su Éxodo hacia ninguna parte, Omar Roldán ha dibujado la cartografía de su alma y con ella, con esta bitácora puntual de lo poético que nos dota de una lucidez entrañable de todo hecho y de toda cosa, nos acerca a aquellas intuiciones con las que podemos habitar la vida… eso… lo he dicho en otras presentaciones de los poemarios de Omar…y donde mejor me he descubierto su lector y entendido la dimensión de su poesía, es en las cartas que, aunque pocas, intentan calar en el sentido de sus voces: los versos de Omar Roldán relatan la doble travesía por la existencia: la de los sentidos abismados en la realidad; la de la consciencia en el espejo estanque del yo, que mediante el lenguaje torna nosotros: verbalidad poética que al anular el tiempo entrega el irrevocable trasiego del instante a nada, a memoria sin deshaucio, esperanza de lo ya vivido y su desamparo: “en aquella mañana de noviembre/ recibí de tus belfos el requiebro/ me enseñó que soy/ tropo en el tiempo/ no más”… cartas con las que he querido, también, celebrar sus inquisiciones, sus dudas… aquí el atributo de la poesía que, desde la duda, revela certidumbres, aquí las eternas preguntas insolubles contestadas como enigma o acertijo con los que damos luz y cromatismo a lo cotidiano en su misterio… cuando un poeta arriba a su inacabado periplo, acaso únicamente al final de una jornada intermedia y transitoria a determinadas certezas, estamos frente al profeta… discúlpenme esta digresión romántica, pero es que la poesía revela o no es, entrega la medida de nosotros mismos o es sordomuda, artificio, hueco sonoro y sin implicaciones… Así, la poesía de Omar Roldán, urdimbre coloquial, instaura lo que hemos olvidado de la realidad: su peso, sus contornos más allá de la mirada, y lo hace de manera irrevocable; lo dije antes, el yo del poeta es una pluralidad, un desdoblamiento en tantos posibles lectores, en los ritmos que cada ojo pueda imponerle (o descubrir o denostar) a cada verso… el archipiélago poético de Omar Roldán forma un continente de imágenes que poemario a poemario se han hecho más nítidas… o más oscuras, y si es así es porque son más profundas, estelares en la precisa dimensión con que lo doméstico alivia nuestra desolación y el hambre de infinito: “Mi casa sobre rieles sin durmientes/ sin otros pasajeros que mis sueños/ es tren viajando hacia ninguna parte/ sin más impulso que su propio vuelo”… “en cueva de aguas tenues/ me formaste cebado de rumores y silencios/ fui pez/ oruga/ hálito de frase entrecortada”… Los capítulos Mi destino, Mi casa, el recorrido existencial, el origen, ambos uterinos, ambos el umbral para una poesía biográfica; unidad: la poesía en su resonancia de múltiples significados logra eso que en el Eclesiastés y en el Evangelio es una verdad: toca a toda carne humana; se es en el prójimo; entonces el despliegue plural del yo del poeta es una eucaristía: Omar se nos revela religioso, místico de la unión con el Absoluto, con la Nada de la que provenimos; Mi destino, Mi casa, las dos partes de su Éxodo…, que es aquí, parafraseo a Carpentier, a la Biblia, el reino de este mundo en su acepción sagrada; espíritu y carne: Mi destino como el relato de toda acción fecundadora que hace de la temporalidad un “ir hacia”; Mi casa como la estancia fértil de toda posibilidad, que debe ser vivida y así plantarnos en la existencia; verbo y carne, el hombre recuperando la memoria de su humilde condición divina: “al alba te revelas migas de agua/ y en el canto de las ranas diseminas/ el pulso de la tierra”[…] “Blanca y rosa gris y roja mi casa/ es un puerto de pájaros errantes/ un pequeño jardín de centinelas/ que resguardan grillos y estrellas”… dice Antonia Cuevas en Por un acertado mundo sutil, al referirse a Omar Roldán que “Al adentrarse en la lectura de estos poemas se hacen perceptibles la sensibilidad y el oficio del poeta, pero sobre todo, sobrecogen las líneas que desbordan vida, amor, pasión, desolación, volcados en imágenes” (En ibid. p. 11)… elijo “sobrecogen”, Éxodo… es un sobrecogimiento permanente; vamos de la sorpresa del lenguaje sencillo al asombro de su trepidación al articularse en versos que devastan y rechazan cualquier solazarse en el tedio vital, en la falsa complacencia de lo que asumimos la derrota del ser por la rutina, la liquidación de la existencia por una vida sin horizontes… la poesía de Omar Roldán, su resonancia, nos recuerda que “[nos fraguaron] placer valor idea/ pero también antítesis de ello/ espíritu encerrado/ en mordaz vaivén de paradoja”…
Juan Galván Paulín.
Café Emir, Guadalupe Inn, 20 septiembre 2014.

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